Cuando el pintor Baruj Salinas imagina el diluvio bíblico, prefiere pintar el arcoiris. En su estudio en el suroeste de Miami muestra uno de los cuadros que forman parte de un proyecto de la Torah que celebra el 50 aniversario de The Shrine of the Book (El Santuario del Libro), el edificio que ocupa un ala del Museo de Israel, en Jerusalén, y que guarda, entre otros documentos históricos importantes, los pergaminos del Mar Muerto.
El proyecto, impulsado por el empresario y coleccionista de arte mexicano Dan Tartakovsky, incluye un rollo manuscrito en hebreo de la Torah. Entre capítulo y capítulo se insertan imágenes de los cinco primeros óleos (de 6 x 8 pies) que Salinas pintó expresamente para el proyecto. Este rollo se coloca en una estructura de plexiglass y acero inoxidable, que va acompañada de una caja fabricada en madera de acacia –en la que se supone estaba construida el Arca de Noé– para guardar el manuscrito.
Se publicará además una edición limitada de la Torah, que contará con las serigrafías de los cuadros de Salinas. El libro será impreso por la editorial de arte italiana FMR, encargada de ediciones de textos de arte de lujo como el dedicado al escultor y pintor italiano Antonio Canova, The Invention of Beauty, que se guarda en el museo del artista en Possagno, Italia.
“Vi el libro de Canova en la Feria del Libro de Guadalajara; pesa más de 100 libras y la tapa es de mármol”, cuenta el pintor maravillado, a la vez que desvía por un momento la atención de la gran obra que le ha sido encomendada y que quedará recogida en el Museo de Jerusalén y en el Vaticano, después que se realice una exposición de las pinturas a finales de este año.
Cuando Salinas (La Habana, 1935) recibió la propuesta del proyecto, también aceptó la de repensar de manera original los temas del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia). No fue difícil para un pintor que hace tiempo eligió la abstracción: el Génesis fue una explosión; el Cruce del Mar Muerto lo reflejó en dos versiones, en una se dividen las aguas y en otra se dibuja un camino. El Monte Sinaí es el cuadro que tiene a la vista en el estudio, y se ve como una mole roja, impresionante, escueta pero profunda, que simplifica a su vez todo lo que hemos anticipado sobre el lugar donde Moisés recibió los 10 Mandamientos.
Los cuadros de Salinas tienen esa mezcla de complejidad que implica su historia personal y la sencillez que parece haber escogido el pintor como credo de vida. Salinas, un judío cubano –un Jewban, dirían algunos– traza sus orígenes en un pueblo del norte de España que tenía como medio de vida el trabajo en las salinas, como indica su apellido. Su familia, al ser expulsada de España en 1492 con el decreto de los Reyes Católicos contra los judíos, se estableció en Turquía. La guerra de ese país con Grecia llevó a su abuela a emigrar en la década de 1920, esta vez a Cuba, más específicamente a La Habana Vieja, en esas calles de Luz, Sol, Lamparilla, que los cubanos identificaban con ciertos vecindarios y comercios de “polacos” como solían llamar a todos los judíos.
“Provengo de una familia pobre”, comenta Salinas, explicando por qué, cuando en los años 1950 recibió una beca para estudiar arte en Kent State University, Ohio, decidió cambiarse para arquitectura, y seguir así la profesión de su padre.
Después de graduarse, ejerció la arquitectura hasta los años 1970, cuando se dedicó completamente a la pintura, la que había aprendido en la niñez con su madre. Por esa época, recibió dos veces la beca Cintas, proveniente del fondo establecido por el millonario y filántropo cubano Oscar B. Cintas para artistas cubanos. Ese fue el impulso que necesitaba para mudarse a Barcelona, donde vivió hasta 1992, en una etapa de gran riqueza cultural para la ciudad.
“El mundo artístico de Barcelona entonces era muy pequeño”, dice sobre uno de los pasajes más ricos de su vida, cuando compartía con Tàpies, Miró y Alexander Calder, y dedicaba las mañanas a trabajar en el taller del maestro grabador japonés Masafumi Yamamoto. Esa es también la temporada en que colabora con el editor cubano Orlando Blanco, dueño de Editart, una casa editora establecida en Ginebra, que publicó numerosos libros que combinaban la pintura de Salinas con textos de María Zambrano, Michel Butor y José Ángel Valente, entre otros autores.
“Baruj es uno de los pintores más importantes y prolíficos de la tercera generación de artistas cubanos”, dice el doctor Arturo F. Mosquera, coleccionista de arte contemporáneo. “Patrocinamos [con su esposa Liza] una exposición de sus pinturas inspiradas en las nubes, en el 2007. Yo estaba particularmente impresionado por este cuerpo de trabajo. Adquirimos varias de las pinturas de esa serie”.
La obra de Salinas se ha expuesto en el Museo de Bellas Artes y el de Arte Moderno de México, en el José Luis Cuevas de la capital mexicana y en Arts Institute of Chicago.